01 julio 2006

Una infancia ochentera

Es extraño como el tiempo nos da perspectiva de los distintos momentos de nuestra vida, creo existe cierto efecto que la velocidad y el tiempo le imprimen a la vida, tal vez sea la teoría de la relatividad aplicado a la vida cotidiana, si hoy viajásemos a nuestro propio pasado veríamos que nuestra infancia no era tal como la recordamos.

En mi experiencia como economista hay un hecho que me es notorio, mi infancia ochentera sucedió en un entorno de gran crisis, recuerdo a mi madre agobiarse por como subían los precios, a mis padres discutiendo de por qué el gasto nunca alcanzaba. Recuerdo que escuchaba las noticias y vi en vivo el Pacto de Solidaridad y Convergencia Económica que testimoniaba y narraba Zabludowsky. Que también viví el temblor del 85 y recuerdo que los siguientes temblores nos hicieron llorar de pánico y miedo. Que en mi primaria comenzamos a hacer simulacros por si temblaba. Que no existían los microbuses, ni las combis, no, había colectivos tipo coche-lancha que hacían la ruta en pocos minutos, pues el desquiciante transito actual no existía. Curiosamente recuerdo que comprar azúcar a veces era difícil, que en Aurrerá solían acapararla y sólo la sacaban después de que se autorizaba el alza de precio. También recuerdo que la Conasupo nunca vendía cosas buenas y que Plaza Universidad era “cool” porque en realidad no existía nada más.

Hoy me dan risa los cines que presumen tener “Macro Pantalla” “Omni Pantalla” y tonterías por el estilo; ¿acaso ya no se acuerdan que el Dorado 70 tenía una pantalla más grande que una cancha de fútbol, que casi todos los cines sólo exhibían una película por temporada y que en Sanborns nunca atendían a los clientes?

Hoy sé algo grave, casi todos nos hicimos pobres en los 80, nuestros padres perdieron el poder adquisitivo en menos de un lustro, que de haber mantenido el que tenían en los 70, nuestras infancias hubieran sido, tal vez, más abundantes y cómodas. Recuerdo que la mortadela era un platillo común y que las lentejas eran muy frecuentes en la mesa. Que comprar bolillos en las panaderías Lena y tortillas en la tortillería era común porque en Aurrerá no vendían más que Bimbo.

Si, por suerte esos tiempos ya pasaron a la historia, la inflación no sólo nos quitó poder de compra, les robó a nuestro padres sus sueños, su tiempo y años de vida, si años de vida porque lo que ya tenían trabajado se hizo nada, todo se perdió un lustro, lo ahorrado se hizo poco y hasta el año pasado un peso de 1980 volvió a comprar lo mismo que un “nuevo peso” de 2005.

Hoy ya no soy un niño y me doy cuenta, que no me di cuenta que mi infancia sucedió en la peor década del México moderno, afortunadamente era un niño, pero hoy todo me hace sentido, el año en que yo nací fue de los últimos de abundancia y cuando aprendí a hablar, mi primera palabra fue inflación.