22 noviembre 2004

Los Peripatéticos
21 de noviembre 2004

Dicen que la escuela aristotélica sucedía mientras los discípulos caminaban a un lado de su maestro, que por su hernia no se podía sentar por largo tiempo...

Lo confieso, soy peripatético; mi dolencia data desde la temprana infancia: idénticamente a los discípulos de Aristóteles yo caminaba a un lado de mi primer maestro, mi padre. Un par de años después de que mis padres se separaron a mi papá le robaron el Datsun color verde oliva que tenía eso cambió la dinámica dominical de paseo, porque mis hermanas ya no siguieron saliendo con nosotros. Mi papá pasaba temprano en la mañana por mí; teníamos varias rutas: la del centro histórico que incluía: museos, Tepito, la Lagunilla –lugares que me gustaba visitar para ver las chucherias-; la de Coyoacán fue posterior, la de Chapultepec-Polanco o simplemente el Bosque de Tlalpan. Durante nuestros recorridos caminábamos, platicábamos y yo hacía preguntas sin cesar, me gustaba preguntar sobre ciencia, historia cuando íbamos a los museos, arte, etc. Para mi buena fortuna mi padre es un hombre culto, que su hambre de conocimiento lo ha hecho leer y aprender un poco de todo, además es maestro de profesión.

Mi peripatesis inició con él, muchos paseos, calles y lugares recorrimos, aprendí muchísimo durante esos años. Pero ya en la adolescencia, en los años de secundaria, mi afán de caminar y platicar cambió de modalidad, entonces tenía un amigo llamado Enrique, que también vivía en la colonia, él y yo teníamos una rutina muy particular, pasaba por mi o yo por él, balón de básquet en mano, primero jugábamos 21 en la canchas un rato -en dos años sólo un partido le gané- después emprendíamos camino: tomábamos un camión hasta la Alberca Olímpica y de ahí caminábamos de regreso, pasábamos primero a Plaza Universidad de ahí a la casa de Laura, una niña un año menor que nosotros -de la cual Enrique estaba enamorado- que vivía en San Pedro de los Pinos, cuando estaba nos invitaba a pasar a la casa de su abuela donde vivía con su papá. Después íbamos a la casa de Zaira, una niña un año mayor que nosotros que realmente era atractiva, a Zaira su papá y su madrastra -su mamá era enfermera en el Centro Médico y murió ahí en el 85- nunca la dejaban salir, mucho menos nos dejaban subir a su departamento, nos sentábamos en la banqueta recargados en la pared esperando que se asomara al bacón, a veces lo hacía o bajaba a la puerta y nos saludaba cuando lograba escaparse; ella vivía en Mixcoac en la calle Leonardo Da Vinci. De casa de Zaira pasábamos a la de Jessica mi primer crush, la niña es un bombón hecho mujer, desde que la conozco me ha fascinado; Jessica tenía tres hermanas y dos hermanos, vivía atrás de la prepa ocho y era la escala técnica obligada. Siempre nos invitaba a pasar, su mamá y su familia nos recibían con agrado y su perro, Coco, siempre movía la cola cuando nos veía, pasábamos ahí so pretexto, verídico, de usar el baño y tomar agua; pasaron como ocho años para que Jessica y yo nos reencontráramos y por fin se cumplieran mis sueños de adolescente. Ese era todo el recorrido, lo realizábamos varias veces por semana bajo cualquier clima -mi favorito era con lluvia: caminábamos por horas hechos una sopa, nunca me enfermé de gripe por ello y la experiencia era formidable-.

Mi amistad con Enrique se deterioró por diversas causas cuando ambos entramos al bachillerato, él a la prepa 6 yo al CCH Sur. Durante mi primer año de CCH se suspendió mi afán de caminar y platicar, hasta que en el tercer semestre me hice de un buen amigo llamado Edgar, él vivía en Colinas de Sur, un kilómetro cerro arriba de mi casa; nuestra rutina era variada: a veces en patines la mayoría en pesero o caminando desde el CCH hasta Coyoacán. Él iba al psicólogo, el consultorio estaba justo arriba de los Helados Siberia, lo esperaba casi una hora a que saliera; de ahí comprábamos un moka tibio en el Jarocho y caminábamos a Plaza Universidad al Comic Castel, donde él gastaba miles de pesos al semestre en comics y tarjetas; también íbamos al Centro Escultórico en CU, entrábamos al cine y platicamos. Para no variar estábamos enamorados de un misma amiga, Erica, ella fue mi mejor amiga, pero anduvo con Edgar un par de meses.

Cuando entré a la Facultad de Ingeniería, en CU, comencé a caminar solo; no eran muy largos mis trayectos, por lo general desde la facultad hasta Chimalistac, donde estaba la casa del becario Telmex. Después cuando tenía alguna "amiga", y la invitaba a salir, caminábamos por Polanco o Coyoacán; pero no fue hasta que comencé mi romance con Yunuén que volví a caminar y platicar en forma, ella no disfrutaba tanto la caminata como yo pero, estaba dispuesta a hacerlo ocasionalmente, por lo general en Polanco y a veces en Coyoacán.

Desde entonces comencé a hacer mis caminatas solitarias, cuando discutíamos y nos enojábamos yo salía y caminaba un par de horas: reflexionaba, meditaba y platicaba conmigo mismo. Mientras anduve con Alicia nuestras caminatas mas largas eran en Perisur, ella está negada a usar los pies -que son muy bonitos por cierto-, pero las mías se volvieron mucho mas largas y nocturnas: caminaba con frecuencia desde su casa a mi departamento, desde Santa y Escuela Naval hasta San Pedro de los Pinos, otras veces nada más hasta Insurgentes, muchas más desde San Ángel hasta San Pedro de los Pinos. Desde hace tres años he caminado más de lo que caminé todos los años anteriores, he hecho los soliloquios más largos, intensos y trascendentes de mi vida. Caminar me encanta, me relaja, me distrae; siempre trato de tomar una ruta distinta -pero tengo mis favoritas-, he caminado con todo tipo de zapatos, a todas horas, bajo cualquier clima.

Caminando se llega a Roma. El mundo se hizo caminando. El tiempo camina y no para. La vida transcurre a pasos. Caminante no hay camino, se hace camino al andar. No existe punto distante en la vida al que no se pueda llegar caminando; un grupo de caminantes terminaron de poblar el mundo en la última glaciación. ¿Qué uniré yo con mis pasos?

1 comentario:

Unknown dijo...

Suelo presumir que un día caminé desde CU hasta la Ibero. No lo he vuelto a repetir. Pero no lo soñé, fue cierto.

Y hace poco, de Pabellón Cuauhtémoc un sábado por la mañana -como a las 8-, llegué adelante de Cuatro Caminos, unos 10 minutos antes de las torres de Satélite, y de ahi no sé cómo llegué a Vallejo, pasé luego por abajito del Cerro del Chiquihuite (antes había un Carrefour, ahora no recuerdo en qué se convirtió) y me cansé y tomé un taxi al metro más cercano (ya eran las 6 de la tarde).

En Buenos Aires, llegaba al hotel a las 4 de la mañana, salía por un café dos calles atrás y me ponía a caminar unos 15 minutos [ojalá eso se pudiera hacer en esta ciudad].

También disfruto caminar.

Saludos