10 noviembre 2004

Se busca shelter...

El murmullo de las voces, el calor que genera la caldera, el olor que se respira en el aire, los amigos que se encuentran, los novios que discuten, las mujeres inquietas que esperan a sus parejas y las amigas que lloran en el hombro de otras por alguna decepción o angustia.

Los cafés en la ciudad tienen muchas peculiaridades, recuerdo que no hace mucho comenzó un nuevo boom de los cafés; antes había más ese tipo de restaurantes con servicio de cafetería ideales para "las señoras", sí, esos lugares aburridos y con manteles, que parecen un Sanborns fresa más que un auténtico café. Hoy la oferta es muy amplia, hay desde el clásico Sanborns hasta el moderno y globalizado Starbucks.

Yo empecé a ir a los cafés desde muy chico, iba con mis tías, hermanas y mamá a lugares como Los Bisquets de Obregón, luego al Vips de San Jerónimo cuando se puso de moda, también al Gino's que está frente al edificio del Melate. En todos esos lugares yo tomaba cualquier cosa excepto café, no me gustaba. Hasta que por el año 1994 llegó a México la primera franquicia de Gloria Jean's, que estaba ubicado en la parte baja de Galerías Insurgentes, cuando lo conocí por primera vez fue porque mi papá me compro un Latte con crema y chispas de chocolate que me encantó. Desde entonces prefiero ese tipo de cafés.

Visito con mucha frecuencia Sanborns, por dos razones: los baños y mucho café por poco dinero, pero prefiero lugares como La Selva Café. Comencé a ir a los cafés solo desde que estaba en el CCH, solía ir a los cines del Centro Cultural Universitario, yo entraba gratis, nadie solía acompañarme, yo me compraba capuchinos en la cafetería y a veces leía revistas y comía ahí mientras mi función empezaba. Pero no fue hasta que comencé a ir, solo también, a la Cineteca Nacional cuando me sentaba por horas en el café Finca de Veracruz que está ahí, leía mis libros, pocos entonces, que llevaba para leer mientras iniciaba la película, disfrutaba mucho estar sentado ahí bajo el frondoso árbol que hay, a veces comía pizza y tomaba mucha Coca-Cola, de ahí me gustaban la niñas gipiosas, ver a los intelectualoides haciendo cara de inteligentes frente a algún cartel y escuchar a los izquierdoides, con su Jornada bajo el brazo, decir lo mal que estaba el país

Durante mis años con Yunuén fui muy poco a los cafés, lo nuestro era mas los restaurantes y el cine; pero después de ella me hice muy afecto a visitar los cafés de Polanco, mi favorito es The Coffee Bar que está en la esquina de Arquímedes y Mazarik. De ahí evolucione a los Café la Selva, principalmente el de Coyoacán, luego fui mucho al Café Deseo, que sus atractivas meseras despertaban, está ubicado en la glorieta de Amores y División del Norte. Luego por fin me amarchanté como un cafetero lector profesional en el Café la Selva de la Condesa, ahí leí muchísimos libros, hice muchas tareas, vi rotar al personal frecuentemente y conocí a varias personas que como yo solían visitarlo con frecuencia.

Lo que me gusta de los cafés es la gente, disfruto el murmullo que me ayuda a concentrarme, cuando me aburro de leer, estudiar o escribir miro hacía cualquier lado, de preferencia donde haya una minifalda o alguna cara bonita; ya despabilado me vuelvo a concentrar en lo mío. Lo incomodo de ir con mucha frecuencia a un café es que los empleados te reconocen, comienzan a hacerte la plática y te distraen, cuando no les caigo bien hacen jetas, ¿que acaso no pueden simplemente hacer su trabajo?

En el Cafe la Selva hice buenos camaradas cafeteros, ligué con un par de meseras y finalmente me terminé cansando del lugar, pues entre un baño realmente asqueroso, un policía muy metiche y un encargado neurótico y jetón hicieron que mi estancia ya no fuera placentera.

Tuve que buscan un nuevo refugio (shelter), un lugar donde estar para hacer lo mío, donde hubiera periódico y baño cómodo, donde los precios fueran accesibles y donde fuera gente bonita. Lo encontré, se llama Café Toscano, está en la esquina mágica de Michoacán y Av. México, frente al parque del lado oriente. Es un lugar minimalista en su diseño, con excelente café marca Illy y con servicio y baño medianamente aceptable, me lo recomendó un camarada cafetero llamado Bolívar, un psicólogo sesentón con reminiscencias de adolescente.

El Café Toscano me gusta, hay todo lo indispensable para pasarla cómodamente, una exagerada cantidad de niñas bonitas, una vista hermosa, un muy buen café, excepto meseros profesionales, es el colmo que para ser bien atendido uno deba ser cuate del patético empleado que siente que el local es suyo.

Ahora debo confesar mi pecado, si he caído en lo más bajo del imperialismo yanqui, debo admitirlo Starbucks me ha ganado como uno de sus más frecuentes clientes. Pero no es mi culpa, es la de ellos, sus salas son muy cómodas, sus baños son impecables, sus empleados están excelentemente bien amaestrados y todos fingen que les caigo bien, con una sola tasa de café puedo estar horas y horas leyendo y nadie me ofrece, con cara de compra, más tasas de café; tienen suficientes ejemplares del periódico Reforma como para no esperar a que alguien más lo desocupe y como si fuera poco es el lugar por excelencia para las niñas bonitas y fresitas que me gustan. ¿Qué puedo hacer? La verdad el café no se me hace muy bueno, pero ya encontré las mezclas más aceptables, los precios son exorbitantes y la música se repite ad-inifinitum. Pero, queda cerca de mi casa, cierra tarde, está impecable y las mesas nunca se tambalean, debo admitir que ya casi no voy a mis cafés favoritos. ¿Triste, no?

2 comentarios:

Unknown dijo...

El café de la Cineteca era bueno antes, hace unos 8 años, ahora ya no.

Saludos desde un vips.

Anónimo dijo...

Wow!! Eres todo un hombre de mundo!!!!

Me encantaría ser como tu cuando sea grande...

Deberías de dar clases de estilo para actuar, para vestir y para visitar los mismos lugares que tu!! Te juro que todos mis amiguitos y yo iriamos.

Adiosito!!!!