La evasión
La apabullante realidad se presenta de modo cotidiano ante nuestros ojos, la imperiosa necesidad de subsistir, a pesar de la razón, nos obliga a buscar los satisfactores necesarios: comida, vestido y vivienda; luego satisfecho esto quedamos obligados al ocio. Hay distintas teorías sobre el desarrollo del ser social del hombre, del porque la inteligencia humana ha sobresalido entre la de los demás seres vivos, pero no importa cual sea el modo, la razón o el fin. La realidad es que no lo sabemos, sólo nos queda la fe y la esperanza de creer que existe una razón para la vida y aún peor, para vivir.
Esos instantes en los que el hombre se encuentra solo consigo mismo, en los que puede escuchar su pensamiento, en los que el silencio abruma la mente y sólo queda pensar, pensar... ¿en que? En lo irremediable, en la existencia; en el sentido y los fines de las acciones, de las cosas y del instinto, ya saciada el hambre sólo queda esperar a que se vuelva a sufrir para volverla a saciar, ya cubiertos del frío sólo basta esperar el verano y preocuparnos nuevamente por el invierno, ya encontrada la casa se necesita de nueva cuenta mantenerla en buen estado.
Marxistamente hablando, ya satisfecha una necesidad sólo queda el esperar el sufrir la siguiente para saciarla. Necesidad tras necesidad, día tras día, momento tras momento encontramos una nueva manera de evadirnos del buscar una respuesta concreta, certera y definitiva a nuestra existencia. La evasión sólo constituye el mecanismo que lleva a la acción y nos aleja del silencio de la mente, del espíritu curioso de si mismo y de la falsa esperanza de que un dios nos conceda gracia eterna en la siguiente vida. Los placeres sensitivos inundan la mente de sensaciones que nos evaden de la búsqueda de la respuesta. Los placeres estéticos supuestamente engrandecen el alma, pero la contemplación no basta para saciar nuestra máquina devoradora de miedos e interrogantes que es la mente humana.
La mediocridad y el conformismo no son sinónimos de satisfacción, aquel que hace consiente su mediocridad y en ella intenta ser feliz sin superarla sólo justifica su falta de voluntad para encontrar los activadores internos que lo lleven a crecer, a crear y a seguir. No es la vaga idea del progreso en la que más y mejor significan pleno, no, no es el perfeccionamiento lo que lleva a la vanidad, sino al contrario.
Sólo nos queda la idea de la trascendencia, pero no hacia a fuera, sino hacia adentro, el íntimo sentido de satisfacción personal al haber vencido el vicio interno de la evasión y el miedo, de la incertidumbre, la trascendencia histórica es finita, tal vez un par de épocas, de milenios según haya sido nuestro logro, permaneceremos en la memoria de nuestros congéneres, pero de ahí, sólo la nada, el vació infinito que contiene al universo, la fría muerte de la lápida o la urna, el momento final en que nada de lo hecho permanecerá, nada de lo escrito será vuelto a leer y nada de lo pensado tendrá validez, sólo el olvido. La trascendencia será un instante en la eternidad, tan breve como el último suspiro.
La nada, el vació y la nulidad de la efímera existencia, nada más que el silencio, no hay ilustres en la eternidad, no hay sabios en el universo, no hay vida más allá de la nuestra, sólo queda el silencio que abruma una mente más que se intriga en buscar la respuesta a la eterna pregunta que carcome el íntimo espíritu humano ¿cómo y para qué vivir?
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